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OCASO EN POLEY

Si la tarde no altera la divina hermosura

de tus oscuros ojos fijos en el declive

de la luz que sucumbe. Si no empaña mi alma

la secreta delicia de tus rocas hundidas.

Si nadie nos advierte. Si en nosotros se apaga

toda estéril memoria que amengüe o que diluya

este amor que nos salva más allá de los astros,

no hablemos ya, bien mío. Y arrástrame hacia el hondo

corazón de tus brazos latiendo bajo el cielo.


 

HIMNO I

Si yo supiera como vosotros, oh árboles,

estar atento por entero a mi ser.

Si caudalosamente os estrechara en un abrazo

tan derramado y hondo como el valle

que oteáis majestuosos

en las mañanas del abrigado otoño.

Si yo pudiera compartir mi vida

en animada y tenue vecindad.

Saludar con júbilo desde lo extremo

de vuestras crestas

a nuestra hermana la hierba

y despeñarme y cobijarme

en el compacto tejo

del verdor. Si os dignarais

otorgarme el don de la insomne

evidencia y el de cumplirme

en los tumultos de la adversidad.

Porque vosotros habéis concurrido

a todas las iniquidades de mis huidas.

Porque surgís incólumes

en todos los recodos

de mis deserciones.

Porque me acuñáis

solícitos desde las edades

y os alojáis y encendéis en mi carne.

Porque os nutrís de mis infortunios

y respiráis extáticos

en la proximidad de las estrellas infinitas.


 

HIMNO II

¿De qué se ufana el olmo

sino del suave andamio

que lo ajusta y desnuda

hasta investirlo de la consistencia

de su tronco? Él es audaz

porque está erguido,

y rastrea hermosura

en el incendio forrajero

y en la rapiña de los cazadores

furtivos, en sus graves zurrones

de flautas y estentóreos ropajes.

Es por lo que siempre puse

toda mi confianza

en vuestro ameno temblor,

donde el crujiente cielo

se hospeda como una joven deidad

que arropáis con dulzura,

que extingue mis sospechas

y enardece y esmalta mis ensueños.

Allí habría yo aspirado

a edificar el nido de mi vivienda.

Porque vislumbraba que aves ligeras

acudirían a visitarme

con sus mañaneros cestos

de tarros y alimentos,

y que sostendría dulces diálogos

en sus picos de oro.

Pero qué tempranamente

supe que escaparían hacia los valles

cuando sus inexpertas alas

conquistaran el conocimiento del error.

Vuestros dilatados espacios

son el refugio de mis diarios extravíos;

amables moradas para lo que se excede en el riesgo.

Habéis dado a mi espíritu

el don acompasado

de vuestras lágrimas sonoras,

que llueven hacia la tierra

con la amargura de todo lo que fecunda.


 

HIMNO III

Lo campesino no es arbóreo

sino que está ultrajado

en la ramiza y la cosecha.

¿Cuál es entonces vuestro reino,

impasibles monarcas? ¿El mío?

Os unciríais quejumbrosos

a la labranza de la duda,

a los baldíos de la germinación.

Porque toda labor ¿no es humo

y oquedad, rala gavilla

maniatada, donde el enemigo

tiene ya todos los atributos de lo humano?

No es que os mezcáis en la brisa:

sois la brisa del mundo. Con balanceos

tan risueños y cortos que me llevan

a los lejanos días de la infancia.

Y sin embargo, ¿qué os inquieta?

¡Respiráis con el alma,

y os guiña y silba el sol cada mañana

con un saludo prolongado y viril!

El cumplimiento nuestro está en manojos

de luz, y hasta esos haces

no acudirá guadaña ni caterva.

Porque lo que ilumina nos congrega

en la asamblea de la tarde:

el corazón cantando de hermosura.

Si estamos condenados al incendio

será con el divino rayo de lo eterno.


 

HIMNO X

Moveos, ¡aéreos!

Y que se note bien que somos llamas

futuras. ¿Pero qué más danza

que la de nuestra inmóvil invasión,

alzada contra la iniquidad de los mortales?

Todo el vacío se inunda y colma

de vuestra dulce luz. Toda

la eternidad espera

vuestra experiencia

desde los cautiverios de la sabiduría.

Ha muerto el mar; y las nubes

espían nuestra risueña gloria,

que viaja y alumbra elevándose

en una barca de perfume.

Ya está delgada y leve

nuestra agitada carne.

Los taladores dejaron en nosotros

estigmas de ultraje y llagas,

y como higueras silvestres

arrasamos los campos de miel y alegría.

¿Qué expira en el ocaso,

qué campana es ésa tan vecina que nos convoca

ahora que nuestro ser ya está disperso?

¿No fuimos como roca en la adversidad

y hallamos en las peregrinaciones

el santuario de nuestra huida?

En el tiempo de los grandes prodigios,

fuimos el nido de la revelación;

y en nuestra luz pudo aposentarse la luz.

Somos luz de la luz,

sustento de los tronos.

¿Sabéis que la hermosa hermana lluvia

se beneficia y extiende de nuestro frescor?            

¿Cómo si no haberlos tolerado

y acogido bajo el palio

de nuestra antigua y mansa magnitud?

Latas y exvotos dejaron

como escándalo de su podredumbre.

Ya han transcurrido los siglos

y han fenecido los hombres.

Somos el pedestal del mundo.


 POEMA INÉDITO. REVISTA ÁNFORA NOVA Nº 99-100, RUTE, 2014


 

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